Conocida la nueva descompensación del expresidente Alberto Fujimori, reitero lo que dije en mi columna del 27 de diciembre de 2017, apenas 3 días después del indulto que le fue concedido por el expresidente, Pedro Pablo Kuczynski: “…Ahora bien. Fujimori nos hizo mucho daño y quebró la moral nacional pero también nos libró de Abimael Guzmán y su cúpula, logró la paz con Ecuador y nos sacó del abismo económico. Tengamos, entonces, equilibrio. No seamos mezquinos ni malagradecidos. Fue condenado y pagó cárcel por más de una década. Debió optarse por el arresto domiciliario por su edad pues, aunque no esté agonizando no era correcto que un ex jefe de Estado terminara sus días entre rejas como pasó a Augusto B. Leguía (1919-1930). Acaba de pedir perdón a aquellos peruanos afectados por sus errores y eso debe ser valorado. No nos llenemos de odio ni construyamos proyectos políticos a partir de su excarcelación”. Cuando era gobernante, Ollanta Humala, ilusionó a los hijos de Fujimori induciéndolos públicamente a que presenten el expediente para el indulto, lo que hicieron, y luego se tiró para atrás, en un acto impropio de un jefe de Estado. PPK, aunque fuera un tremendo lobista en sus buenos años en el Estado, lo hizo y por eso, en señal de venganza, al final lo conminaron con la renuncia, pero su honor para con la palabra empeñada lo ha librado de la ignominia perpetua. Como en 2017, sigo creyendo que Fujimori no debería terminar sus días como pasó al fanático y criminal camarada Gonzalo. Eso no puede ser. Un gobierno de izquierda como el del profesor Pedro Castillo, el primer presidente rural de la historia bicentenaria del Perú -también encimado sistemáticamente para ser expectorado del poder otorgado por el pueblo-, podría dar el ejemplo que nuestra clase política tradicional, conformista y prejuiciosa no ha hecho. Vivimos en medio de una guerra como la de Ucrania donde los actores políticos relevantes pasan todo el tiempo lanzándose improperios como misiles sin importar la dignidad política y los intereses nacionales en medio de la pandemia. Como académico y sin hipotecas, alzo mi voz para señalar que, si acaso siguen de espaldas al país, el odio febril que domina al Perú político será un pésimo legado para las futuras generaciones que podrían aprender a sacar los ojos como los buitres.