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Nos estamos convirtiendo en un país donde cada vez hay más obesidad. También ha aumentado el número de niños con anemia. Paradójico, ¿no?

Con la intención de atacar el primer problema, ahora es obligatorio que ciertos productos cuenten con octógonos de advertencia si tienen un alto contenido de azúcar, grasas, sodio o calorías.

Sí, es imperativo que los consumidores tengamos los datos necesarios para luego poder tomar, libremente, decisiones informadas. Pero yo siempre hablo del riesgo que existe en ver el mundo con un lente maniqueo que lo divide entre “buenos” y “malos”, y eso lo extiendo también a la alimentación. En el Perú nuestro problema es de desnutrición y de desinformación. La llaneza de los octógonos busca generar un efecto inmediato y directo en los consumidores, pero ¿empezar a evitar ciertos alimentos garantizará que nos alimentemos bien? Yo pensaría que no: el azúcar es azúcar así venga de un vaso de coca-cola o de un jugo de naranja natural, y un producto alto en sodio puede ser a la vez muy alto en proteínas, viniéndole muy bien a alguien que sufre de anemia.

En lugar de sugerir qué no comer, enfoquémonos en cómo comer. Esto variará según las necesidades y preferencias de cada uno, sujetas a distintos factores. Yo algunos días optaré por la coca-cola en vez del jugo porque prefiero el sabor. La mayoría optaré por agua.

¿Funcionarán los octógonos? No lo sé. Ojalá. Chile viene implementando una medida similar desde el 2016, y en el 2018 fue ubicado como el segundo país de la OCDE con la tasa más alta de obesidad (34.4%), habiendo aumentado en un 9.3% desde el 2016. Tal vez es muy pronto para ver resultados reales directamente relacionados a los octógonos. Tal vez simplemente no funcionan. En todo caso, si buscamos que en el Perú esta medida incida directamente sobre el porcentaje de obesidad, la educación nutricional que la ley contempla debe ser la protagonista.