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A un niño de 14 años en Junín le gusta comer armadillo y de grande quiere ser ingeniero agrónomo, pero admira a Paolo Guerrero. Una niña de 13 años en Lima no tiene idea de qué es un armadillo y ella quiere ser policía, pero admira a Paolo Guerrero.

El fútbol es una de las pocas cosas que nos funde auténticamente en un Perú. Las victorias las celebramos desde Loreto hasta Tacna en un solo eco, y las derrotas… pues ahí nos falta entender un poco lo que significa la solidaridad como país.

Tras el 5-0 del último sábado, las declaraciones de Ricardo Gareca me dejaron clarísimo que es un líder incontestable, con cualidades que no podemos dejar de respetar. Además de asumir toda la responsabilidad por la goleada, no titubeó en expresar su dolor. Con franqueza sostuvo que nos superaron, simplemente, porque jugaron mejor; pero sabiendo que, si las derrotas son usadas como herramientas para la superación, no terminan sintiéndose como derrotas.

Sí, pues. Perdimos. Horrible. ¿Y qué?

Quien crea que el camino hacia la cima es solo cuesta arriba está muy equivocado. En la vida, no solo en el fútbol, vas a caer, te vas a cansar y a veces te va a costar respirar. Pero cuando llegues, entenderás que es gracias a tus errores que estás ahí.

Gareca hizo mucho con muy poco. Llevó a una selección en la que nadie tenía fe al Mundial. Logró que quienes no sabemos mucho de fútbol agarremos un libro para conocer su historia. Permitió que la voz del Perú, alentadora, taladre el mundo. Todo el país quería que Gareca se quedara. Y se quedó. Ahora, pues, en vez de despellejar a nuestro DT con desdén, confiemos en quien ya hizo grandes cosas con la selección y seguramente lo seguirá haciendo. Si las victorias nos unen como país, las derrotas ponen a prueba ese sentido de unidad. Mantengámoslo.