La última vez que crucé palabras con el politólogo Gabriel Gaspar, hoy embajador en Misión Especial chileno para explicar la posición de su país en Bolivia, fue en el marco de una reunión académica organizada por FLACSO ECUADOR (2010) a fin de intercambiar pareceres sobre la relación peruano-chilena a propósito del juicio que ambos países mantenían en la Corte de La Haya.

Gaspar, desde que llegó a Quito en esa ocasión, quería en todo momento pulsear a los peruanos, tal como ahora lo acaba de hacer con los bolivianos en su infructuoso viaje a La Paz.

Por supuesto que ningún miembro de la delegación no oficial peruana -el almirante Jorge Montoya, el periodista Hugo Guerra, el experto en armas Andrés Gómez de la Torre y yo- creímos nada de las ansiosas reflexiones de Gaspar, en esa ocasión acompañado del excomandante general del ejército chileno Juan Emilio Cheyre y del internacionalista Hugo Llanos Mansilla, a quienes se sumaba por horas el embajador de Chile en Ecuador, Juan Pablo Lira, que antes también lo había sido en Perú.

Gaspar nunca ha sido un buen interlocutor. Algo tiene que lo delata de inmediato y de cuerpo entero. Su viaje a Bolivia en plena fiesta de Reyes Magos ha terminado entorpeciendo la ya agudizada relación bilateral, pues mientras llamó al restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre los dos países, declaró, ganado por su referida ansiedad, que “Chile no tiene ningún tema territorial pendiente con Bolivia”. Ni siquiera reparó que por esta razón era que La Paz esencialmente no restablecía dichas relaciones con Chile.

Le faltó a Gaspar llevar incienso y algo de magia en su viaje a Bolivia el pasado 6 de enero.

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