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Escribo esta crónica desde Guadalajara, la capital del estado de Jalisco, donde me encuentro por razones de trabajo, instalando una planta de desorción de oro y una mini refinería de plata, muy contento lejos del bullicio del Perú. Acá la vida es más placentera. México se parece mucho al Perú, su gente es muy acogedora y amigable, su comida muy rica y picante, en todos lados te ofrecen las tortillas de maíz, ya sea como quesadillas, tacos, etc., pero siempre con el bendito chili, que pica como los dioses. Guadalajara es la segunda ciudad más importante después del Distrito Federal. Es muy turística. Se pueden visitar lugares hermosos como Tlaquepaque, donde puedes ir al Parián, el bar más grande del mundo, y escuchar a los mariachis tomando unos vampiros o palomas, bebidas a base de tequila. Puedes visitar el lago de Chapala, el más grande de México, y caminar por su ribera, atiborrada de negocios de souvenir. Visitar el pueblo de Tequila, que está a dos horas del centro de Guadalajara, es otra experiencia inolvidable. Es el lugar que dio origen a la bebida bandera mexicana, el tequila, que es un destilado del agave, cuyo proceso es parecido al del pisco. En Tequila, los visitantes pueden ingresar a todas las bodegas que deseen. En ellas se explica el proceso productivo y te hacen degustar la variedad de tragos a base de tequila. Tienes que almorzar en Los tres potrillos, restaurante del famoso cantante Vicente Fernández, cuya casa hacienda está al lado, la cual se puede visitar y, si tienes suerte, hasta te puedes encontrar con el mero mero.