Y la bomba la detonó Jely Reátegui, joven actriz de la escena teatral y televisiva local, cuando le preguntaron su opinión sobre el nivel de actuación de sus compañeros en Ven, baila, quinceañera Angie Arizaga y Nicola Porcella. “No me pareció bueno. Es que no son actores. Para mí son como dos puertas interactuando. No pasa nada, son como dos bloques que hablan, no hay un objetivo... Eso no es actuación”. ¿Dijo algo malo? No. ¿Falseó la realidad? Tampoco. Los muchachos están empezando, están crudos, como todos los que se iniciaron en alguna profesión que se respete. Se nota en pantallas y su presencia en la historia, en medio de tantos actores con experiencia, se debe a una cuestión mediática; esa es la verdad. Hasta allí todo bien, una crítica como tantas otras; pero la respuesta de los aludidos en Twitter atacando a Reátegui y sus incondicionales en las redes echando más leña al fuego generaron la batahola. Y si pensamos que allí quedaba todo, los actores, los verdaderos, entraron a la colada y, zas, se desató una verdadera guerra de ataques contra los “chicos realities”, a quienes poco faltaba para decretarles la pena de muerte. Excesos de uno y otro lado.

Agua fría, tranquilidad. ¿Todos los actores que brillan en la escena mundial pasaron por escuelas? ¿Solo unos cuantos iluminados tienen el poder de subir a las tablas, rodar películas o grabar telenovelas? Pues déjenme decirles que no. Todo es muy relativo. Muchos de los que han saltado a criticar a los “guerreritos” han empezado sus carreras como modelos de televisión, otros como cantantes, algunas dignas y populares bailarinas. Pero lo que los diferenció del resto y los equiparó a quienes sí egresaban de reconocidas escuelas teatrales fue el estudio o el aprender el oficio en la cancha, con los maestros. Y allí está el asunto. Quizás los muchachos envalentonados por la popularidad que les da ser “estrellas” de reality reaccionaron con soberbia desmedida, pero lo ideal de quienes sí saben lo que es la profesión es encaminarlos y aconsejarles preparación. Ser actor es una profesión, además de una pasión, y los que la eligen saben que nunca se deja de aprender, y si con todas las ganas que le pones no transmites emociones, no conmueves, mejor dedícate a otra cosa. Si a Angie Arizaga y Nicola Porcella de aquí a unos años los seguimos viendo como “puertas parlantes”, pues allí habrá que decir que ni modo, la actuación no es ni será para ellos. Mientras tanto, no descalifiquemos, ya hay mucha violencia en la sociedad para trasladarla al gremio artístico.