El cierre de esta columna se dio antes que se conociesen los nuevos integrantes del Gabinete Ministerial y en medio de un debate, que no es nuevo, sobre las salidas legales que se requieren para el cuasi consenso alcanzado para que Pedro Castillo deje el poder.

Es poco o nada lo que el nuevo nombre del premier o el estreno de ministros le puedan aportar al régimen suicida que llegó a Palacio por un puñado de votos. Se trata de un proyecto inviable, salpicado de corrupción, pletórico de ineptos y liderado por un personaje pintoresco, que no tiene la menor idea de lo que representa el cargo y de la responsabilidad con la que debe ejercerse. Está envuelto, además, en una estela de corrupción de indicios inobjetables. ¿Qué queda entonces?

A diferencia de las salidas de Pedro Pablo Kuczynski y Martín Vizcarra, desde la derecha más extrema hasta los caviares y la izquierda expectorada pero que bebió de la mamadera del Estado coinciden en que el país flota sobre los torbellinos de un recurrente naufragio. Lo que se requiere entonces es un acuerdo político que, vía la vacancia, permita que María del Carmen Alva asuma la presidencia del país y convoque a nuevas elecciones en los plazos de ley.

La izquierda debe entender que gran parte de este desastre es su responsabilidad y acceder a que una persona de ideas claras y temperamento firme asuma el reto, desentrampe el nudo gordiano y abra la puerta de emergencia que nos permita despertarnos de esta pesadilla. Es desde el Congreso que se debe arribar a este consenso sin los votos de los radicales de Perú Libre y con el resto de fuerzas políticas que, a diferencia de otras épocas, tienen a un país otorgándole la legitimidad social que el desenlace requiere.

No hay Gabinete, ni premier que pueda salvarnos del salvajismo intelectual y moral de este gobernante y de sus secuaces. Nunca como ahora el el Congreso fue tan importante pero es urgente que termine, de una vez por todas, de entender el rol clave que le compete y que no debe postergar.