Se fue hace una semana Armando Ribas, una de las luces liberales latinoamericanas más prominentes. Ayer estuve en un homenaje, vía Zoom, que se le organizó en la forma de un conversatorio de antiguos y nuevos profesores y alumnos de ESEADE, toda una isla de luz académica de pensamiento liberal no solo en la Argentina sino en América del Sur.

Economista ambicioso, se disparó por más allá de los linderos de la economía y recaló en la filosofía de la historia, la docencia universitaria y el apostolado de las ideas liberales. Argentino por adopción, cubano por nacimiento, tuvo de partida una combinación especialísima para gestar al pensador amante de la libertad por antonomasia. Un liberal clásico, seguidor de Locke y Hume, alejado de fundamentalismos anarcocapitalistas. Campeón de la libertad, maestro de otros maestros, polemista enjundioso y desenfadado cantante de tangos.

Tuve la oportunidad de conocer a Armando Ribas en Buenos Aires hacia fines de la primera década del nuevo siglo. Lo primero que me sorprendió fue su enorme disposición a conversar con alguien extranjero a quien no conocía, siendo él ya todo un ícono por esos años. Después entendí que era su estilo, su forma de ser en la vida. Años después, ya a mediados de la década pasada, apareció en una entrevista memorable en CNN en Español con Ismael Cala, donde durante una hora completa dictó una memorable cátedra de liberalismo.

Maestro, educador, un predicador cabal que se había propuesto la tarea egregia de hacer de jardinero podador de ignorancias, en un continente plagado de ideas terribles que perduran como la mala hierba. Un liberal que no dudó en fajarse en la política real convirtiéndose en diputado y planteando batalla desde la discusión parlamentaria, dejando la seguridad del intelectual al entender que le tocaba ir más allá. Nos deja el maestro Ribas un sólido legado y una valla muy alta. Sabremos cumplir.