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Mientras el presidente Martín Vizcarra despide a la selección peruana y la pone como referente para alcanzar metas ambiciosas gracias a la unión y a los objetivos comunes, el titular del Congreso, Luis Galarreta, hace todo lo contrario a ello: se dedica a polarizar.

Tomando en cuenta este panorama y ubicando el problema de la vertebración nacional en toda su dimensión, creemos que lo hecho por nuestra selección es trascendental e histórico. No solo mejoró el estado de ánimo de los peruanos, sino que demostró que con trabajo en conjunto y con unidad se puede lograr lo imposible, como la clasificación al Mundial después de 36 años.

El problema para los peruanos es que los esfuerzos de la clase política por entender esta realidad son, hasta la fecha, prácticamente inexistentes. Muchos en el Congreso no han sido coherentes con lo que predican Ricardo Gareca y su equipo.

Lo primero que deben hacer es tratar de comprender los elementos centrales de este reto, que implica el abandono de todos los esquemas impuestos hasta ahora por los partidos políticos, enfrascados en intereses propios. Por ello, solo se observan pugnas cuando el futuro exige consensos. Pareciera que únicamente les interesa el protagonismo, entendido como la repercusión de lo que hace una bancada que apunta a ser la alternativa de poder en un tiempo no tan lejano.

La selección peruana es actualmente un orgullo nacional, aunque hace poco estaba desvalorizada y desacreditada. La clase política tiene mucho que emular de la Blanquirroja.