El 2 de agosto fue el día de la reflexión para quienes tuvimos el gratuito privilegio de estar cerca de Víctor Raúl. Durante 10 años aprendimos de su saber, nos hicimos peruanos en su fe entrenándonos a pensar con firmeza y valentía. Entendimos que el Perú debe estar siempre delante aun de las que pudieron ser sus más caras aspiraciones personales. Fuimos testigos de una identificación permanente entre su palabra y su obra.

Hoy toca escribirlo y darle gracias a Dios porque Haya existió, porque vivió y murió por nuestra patria y porque dejó esa huella imborrable en nuestra voluntad.

A su paso hacia la eternidad, quienes creímos intensamente en él nos separamos por razones que no es del caso recordar hoy. Pero para todos sus enseñanzas perdurarán.

Desde el lugar que hayamos elegido por las contingencias de la vida y los avatares de la política, al Haya que en nuestra generación conocimos directamente y a través de su prolongación inmediata en Andrés Townsend y de Ramiro Prialé, en mi caso, o de Luis Alberto Sánchez o Armando Villanueva en otros, lo seguiremos teniendo presente.

Ese será nuestro homenaje, el de poner siempre a prueba esos principios por el concepto mismo de la relatividad y del espacio tiempo histórico que obliga a que no se les ancle en el tiempo. El ir siempre remozando su obra con lealtad e integridad.

Solo las enseñanzas de Dios son eternas y, por eso, debemos siempre estar atentos a que en la evolución, lo que siempre hay de permanente y esencial en el alma humana no se tuerza por la comodidad o por la ventaja fácil o por las mieles del poder.