En nuestro país no se ha logrado afianzar una memoria colectiva respecto de los años del terrorismo. Hoy no existe una sola historia, sino varias. Tanto así que tenemos en el poder a un gobierno con posiciones que reivindican a actores terroristas, como el propio premier rindiéndole homenaje a Edith Lagos.

Tendríamos que poder contemplar los grises que surgen de una guerra -en donde ambos bandos usan la fuerza- sin entrar en la glorificación de los culpables y la culpabilización de los inocentes. En muchísimos países del mundo que han atravesado guerras, se ha logrado consolidar una memoria que rememora la lucha y celebra la victoria sin inculpar a los propios soldados por haber arremetido contra el enemigo. Acá, sin embargo, es muy normal oír a alguien hablar del “terrorismo de Estado” de esos años, endulzando las acciones de los terroristas de Sendero Luminoso o el MRTA. Esta narrativa, que es rechazada por la generación que vivió el terror de esos años, ha cobrado ímpetu entre las siguientes generaciones, que no vivimos la historia en carne y hueso.

En el Perú no le dimos suficiente importancia a la memoria, y hoy estamos ante un gobierno que tiene arraigado en su discurso un alto componente moral. Recordemos las palabras de Lenin: “es moral todo lo que favorece al partido. Es inmoral todo lo que le perjudica”.

Esto traza un camino peligroso en un país sin memoria. Por eso urge revisar y repensar la historia reciente de nuestro país. Hoy tenemos retrospectiva (que -a mi parecer- no se tenía cuando se creó la CVR) y tenemos la obligación de cuestionar lo que se nos ha enseñado. Debemos considerar que una parte de la historia que creemos que sabemos en realidad se basa en la desinformación.

Si dejamos que la memoria se siga tiñendo de otros colores, no nos sorprendamos cuando la historia se repita.