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Es natural que cada vez que aparece algún fenómeno de masas nos preocupemos y pongamos en alerta, creyendo que casi todos estos sucesos están en condiciones de contagiar nuevos vicios que causen terrible daño social. Hoy, los cazadores de pokémones han hecho saltar las alarmas de oráculos por doquier que avizoran un mundo de zombies separados de la realidad real, sumergidos en la realidad virtual de sus teléfonos inteligentes. No hay que investigar mucho para caer en cuenta de que se trata de un gran negocio global, donde a cambio de entretenimiento te sacarán del bolsillo todo lo que puedan, según la medida de tus posibilidades. Hubo años en que se sospechaba del pato Donald, como herramienta de penetración ideológica a través de los cómics, que los niños se lanzarían por las ventanas imitando a Supermán, en fin, que cada medio de masas y sus experimentos provocarían daños irreversibles en los grupos expuestos a ellos. Hoy, ya es un mito que ”La guerra de los mundos” (H. G. Wells), que narró Orson Welles en la radio de 1938, creara pánico en la audiencia de Nueva York, temiendo la invasión marciana. Hay que comprender debidamente la faceta lúdica de la antropología humana para deslindar de vicios y adicciones. Si un buscador de pokémones se ha caído en un hueco por bocabierta me parece intrascendente en comparación a miles de personas que, pálidos o ojerosos, se consumen el presupuesto familiar en los casinos de apuestas. Igual que en la política, es buena la diversión y el buen humor mientras no se vaya a los extremos. Preferible un chiste tontón con jo-jo-jo a lo Papá Noel, en vez de la vida es un carnaval con zangoloteo de tetas o revolcones en king size con periodistas geishas porque, según Platon, el hombre es juguete de los dioses.

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