El barco de Dina Boluarte, como el Titanic, parece rumbo a un naufragio inevitable si no adopta acciones urgentes y que extiendan su fecha de vencimiento hasta julio de 2026. En principio, que deje su obstinada mención de que solo se irá en esa fecha, cantaleta desesperada y que sigue el mismo camino de “este Gobierno no es corrupto”, que repite como un mantra y cuyo desgaste le regresa como un búmeran para chocar en el muro de su  impopularidad. Hace rato urge un recambio ministerial que ahora puede aprovechar en realizar tras la salida de Rómulo Mucho. Este debe incluir a Julio Demartini (Midis), José Arista (MEF), Teresa Hernández (Mujer), Morgan Quero (Educación), Juan José Santiváñez y el propio Gustavo Adrianzén (PCM). En Economía, el déficit fiscal de 2024 no puede seguir creciendo bajo la mirada impávida de un ministro que ha permitido la politización de las jefaturas de Petroperú. En Mujer y Educación, hay dos ministros que han basado su labor en agitar la franela de la defensa de la presidenta pero sin mostrar logro alguno, peor aún con desatinos como la implementación de la virtualidad y una incipiente indignación ante la ola de feminicidios. Pero la situación más crítica está en el MIDIS, donde un desahuciado Demartini no tiene ni la más mínima decencia para renunciar con la velocidad de los caballos que sirven de alimento en Qali Warma, y en Interior, con indicios de terror generados por el sicariato muy similares a la década de los 80. El explosivo en Perú Bus ratifica que el crimen ha pasado la línea de la delincuencia común al adoptar métodos terroristas que urge cortar de raíz. Santiváñez ha demostrado largamente que no está capacitado para hacerlo. Junto a ellos, el liderazgo de Adrianzén parece haberse esfumado y convertido en una figura decorativa, prescindible y decadente. Para Boluarte, es hora de cambiar, salvo que quiera que la cambien a ella.