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Una gran conmoción en todo el Perú generó ayer la muerte del expresidente Alan García, quien tomó la decisión de acabar con su vida cuando lo iban a detener en el marco de las investigaciones por supuestos sobornos pagados por Odebrecht durante su segundo gobierno.

Este hecho produjo muchas reacciones, principalmente emotivas, que han echado más leña al fuego. Algunos hablan de dignidad y otros de cobardía. Lo cierto es que hoy más que nunca se necesita ponderación y reflexión para evitar que la confrontación y la división en nuestro país aumenten.

García fue presidente del Perú en dos periodos (1985-1990 y 2006-2011) y era investigado por presuntos actos de corrupción; sin embargo, su protagonismo ha sido relevante en casi 40 años de la historia del país. Durante ese lapso, sus virtudes y errores generaron sentimientos de adhesión, pero también de rechazo, algo que ayer se puso de manifiesto, más que en las calles, en las redes. Lo lamentable es que en este escenario las agresiones verbales y el ánimo exaltado se impusieron al conocimiento y las ideas. Ante una tragedia de esta magnitud, debemos guardar la compostura.

Hace dos días, en declaraciones públicas, Alan García volvió a lanzar su frase más conocida: “Hasta mi muerte lo repetiré: otros se venden, yo no”. Lamentablemente, las investigaciones sobre su caso no concluyeron y mucho quedará en especulación. Algunos especialistas dicen que se archivarán todos los procesos en su contra. Hubiera sido mejor que afronte las acusaciones con la misma firmeza y seguridad que ponía en sus declaraciones.