Es imposible ser insensible ante el sufrimiento de miles de compatriotas por los destrozos generados por El Niño costero. Es importante hacer una reflexión de quién tiene la responsabilidad de tanto daño y tantos damnificados.

Es indudable que las autoridades, tanto políticos como tecnócratas, tienen ambos -unos más, otros menos- una gran responsabilidad en las consecuencias de estos fenómenos climáticos, no solo por la falta de previsión sino también, en algunos casos, por la ligereza con la que se autorizaron muchos proyectos de infraestructura.

Sin embargo, es importante considerar que los acontecimientos han sido realmente extraordinarios y que era muy difícil prever las dimensiones de lo sucedido. Incluso, en los países desarrollados, la naturaleza supera las previsiones y la población sufre las consecuencias. Por ello, creo que debemos de ser cuidadosos a la hora de juzgar a las autoridades y no meter a todos en el mismo saco.

Por otra lado, debemos considerar también las acciones y la actitud de una gran parte de la población damnificada, que muestra uno de los flagelos más importantes de nuestro país en todo su esplendor: la informalidad.

Nuestros pueblos y ciudades crecen sin control ni planificación. Las ciudades se pueblan y desarrollan, muchas veces mediante invasiones, las que luego se convierten en asentamientos humanos. Estos exigen servicios básicos, que al otorgárselos logran una formalización que les da derecho a la propiedad. Después de algunos años, estas poblaciones desarrollan ahí su vida, lo que hace poco probable que quieran trasladarse, aun sabiendo que se encuentran ubicados en zonas de peligro inminente. Después de un desastre como este, los pobladores esperan que las autoridades y el Estado resuelvan los problemas: que construyan diques, desvíos, embalses o lo que haga falta, al costo que sea, para proteger sus “propiedades”. Nunca con tanta nitidez puede verse como la informalidad se convierte en un sobrecosto que el Estado es incapaz de enfrentar. Será muy difícil poder costear la reubicación de todas estas personas y más complicado aún lograr proteger estas áreas mal invadidas. Por lo tanto, estas personas regresarán a vivir a estas mismas zonas -las que tarde o temprano - terminarán nuevamente damnificadas logrando repetir este nefasto círculo vicioso, del cual es muy difícil salir.

La informalidad es un flagelo que muestra su peor cara cuando enfrentamos desastres naturales y entonces es fácil percatarse de lo lejos que estamos del desarrollo. La informalidad puede tener muchísimas causas, pero la principal será siempre la incapacidad de un país en incorporar a toda su población dentro de la economía formal, entre otras razones porque la primera crece más que la segunda. Este gobierno es consciente del problema, tanto así que ha fijado agresivas metas para la reducción de la informalidad. La realidad es que aún no avanzamos mucho en esa dirección.