El mensaje presidencial del pasado martes nos invita a realizar algunas reflexiones de forma y fondo. En primer lugar, llama la atención la costumbre presidencial de acudir caminando hacia el legislativo, que puede resultar apropiado durante la ceremonia de fiestas patrias, pero no cuando solicita voluntariamente ingresar al Congreso en medio de la actual crispación política. La exposición a las críticas y abucheos de los ciudadanos durante su recorrido junto con su gabinete, pudo resultar contraproducente si su seguridad pierde el control durante el camino. En segundo lugar, si bien el jefe de Estado puede dirigir mensajes desde el Congreso en cualquier época, la Constitución es clara cuando establece que sólo el contenido del mensaje anual versa sobre una “exposición detallada de la situación de la República” y las mejoras como reformas que juzgue necesarias para su consideración en el Congreso (inciso 7, artículo 118 CP). Por el principio de separación de poderes, los mensajes fuera de cada 28 de julio revisten excepcionalidad.
Durante su lectura, también dedicó un espacio para deslindar su participación en las infracciones constitucionales que le imputan actos de corrupción, las cuáles debería realizar durante su asistencia en el Congreso en el marco del procedimiento de vacancia presidencial. Todo cobraría más sentido si desde el hemiciclo pusiera fin al afán de convocar una nueva asamblea constituyente, así como comprometerse a realizar cambios en su gabinete con ministros idóneos, sin cuestionamientos personales y profesionales, para culminar la crispación entre ambos poderes; sin embargo, aun así, su contenido también pudo ser trasmitido en directo desde Palacio de Gobierno. Todo parece indicar que se trató de una “huida hacia adelante” para eludir su presencia cuando sea citado en el marco de la vacancia, además de brindar argumentos contra ella a su bancada y congresistas cercanos.