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Se llama Jefferson Prince Vásquez, es cómico de la calle. De su padre heredó el oficio, y no sabemos si también el machismo, que en el Perú se traduce en violencia contra la mujer y que provoca cada año terribles asesinatos que parecen no tener límite, ni tregua. No nos hubiéramos enterado de su existencia si no se hubiera viralizado un video en el que se le veía y escuchaba desarrollando una de sus rutinas habituales en las plazuelas. Con el pretexto de la diversión, la risa fácil, la empatía con un entorno popular que exige un humor al límite, Vásquez no tuvo mejor idea que burlarse de la muerte, del dolor, de la tragedia que viven miles de mujeres, porque simplemente le dio la gana de hacerlo y hasta se defiende afirmando que lo hizo “sin mala intención”. De cuando acá el humor callejero hace apología del delito, del crimen, o díganme si esto no lo es: “Ahora ya se agrandan, ya no les puedes ni gritar a estas enfermas. Oye, no les puedes ni mandar un piropo, están más protegidas que nosotros. Tú le mandas un piropo, ya es acoso sexual, solamente por joder en la calle si está con un pantalón pegado. Doce años preso solamente por un piropo; mejor la violo y queda en diez”. Ese es el humor de Jefferson Prince Vásquez: burdo, grotesco, delincuencial, y lo que duele más es que el auditorio que escuchaba semejantes desatinos se reía, celebraba, ni una pizca de rechazo. ¿Nos estamos acostumbrando tanto al dolor que ya nos volvimos insensibles? Hombres y mujeres festejando al sujeto, ni cuenta de los ataques a ellas, de su burla ante su capacidad de decidir y su rechazo a ser vulneradas. Triste realidad de la que tampoco se escapa la televisión y muchos de sus contenidos. Porque, claro, se informa de los excesos del cómico de la calle y su discurso de terror, pero inmediatamente, invitada a uno de los espacios de conversación y farándula, una mujer cuenta que fue agredida por su pareja y el tono de la charla es llevado al terreno del chisme, no del drama que cada día nos despierta con un nuevo feminicidio. Nos quejamos de lo que se escucha en la plazuela, pero no de conductores que califican a las mujeres por su peso, su número de novios o sus saliditas a divertirse, que a ellos sí se les celebra. Combatir la violencia contra la mujer es tarea de todos. Combatirla desde todos los flancos no es motivo de gracia, ni de chiste, es una realidad que duele y no cesa.