La ideología es un conjunto de ideas y creencias colectivas, compatibles entre sí, referidas a la conducta humana y al servicio de intereses; por eso, sus sinergias con la política son vitales para realizar la acción hacia el bien común. Los partidos y líderes con ideología muestran coherencia en sus decisiones y fines para alcanzar en el corto, mediano y largo plazo, promoviendo la predictibilidad de su acción política. Pueden equivocarse, sin duda, pero es ahí cuando la oposición parlamentaria interviene para cuestionar el camino, pues, en caso de conflicto entre la fidelidad a una idea y alcanzar el bienestar general se deberá escoger la segunda.

El pragmatismo en cambio se ufana de carecer de una ideología para actuar políticamente, lo cierto es que opera aplicando varias ideas inconexas para resolver problemas pero con resultados dispares y no siempre afortunados; por ejemplo, se puede tener éxito en las medidas para el crecimiento económico pero sin ocuparse de la distribución de la riqueza mediante políticas públicas que realicen la igualdad material; mejorar la recaudación con más impuestos pero sin ampliar la base tributaria y menos informalidad, hasta decidir invertir en obras de infraestructura pero sin un sentido de prioridades en materia de salud y educación.

La ideologización resulta más grave porque no reconoce la posibilidad de error tras tomar una decisión, al punto, que si la realidad entra en conflicto con las ideas peor para la realidad. Es la degradación de una ideología, quienes gobiernan son esclavos de un ideario sin aceptar una rectificación ante los malos resultados de sus decisiones, tanto así, que a través de ella la libertad personal, expresión y reunión comienzan a verse afectadas, así como cualquier acción considerada como una traición en el deber de realizar los fines supremos del régimen.

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