El camino a la inclusión plena de las personas con habilidades diversas o “neurodiversos” ha resultado difícil y lento. Puede ser muy frustrante ver cómo pasan los años y continúan habiendo tanta ignorancia y prejuicio frente a personas que nos parecen “diferentes”. Hemos intentado avanzar, algunas veces simplemente negando que existen las diferencias. Sin embargo, justamente lo que tenemos que hacer es abrazarlas, acogerlas, nutrirlas, aprender de ellas.
Para que podamos convertirnos en una sociedad verdaderamente inclusiva, necesitamos decisiones políticas acompañadas de presupuesto real. Que exista una ley donde no se puede discriminar a los niños por tener necesidades educativas especiales no sirve de mucho, si es que no viene acompañada con mecanismos presupuestados para que estos niños puedan participar del sistema educativo plenamente (por ejemplo, profesores adicionales, acompañamiento psicopedagógico, soporte socioemocional para las familias, etc.)
Hemos creado una sociedad a imagen y semejanza de quien tiene todas sus capacidades, omitiendo a una gran parte de la población. Hoy en día, la carga de la inclusión continúa depositada sobre las familias con personas con necesidades especiales, porque las buenas intenciones inclusivas no llegan a traducirse en medidas concretas con presupuestos reales. Incluir es difícil porque implica acomodarnos: a nosotros, a los “neurotípicos” (y no forzar a que las personas con habilidades diversas se acomoden a lo “normal”, como se pretende muchas veces). No se trata de forzar el molde, sino de liberarnos de los moldes.
Cuando aceptamos y le damos la bienvenida a las personas con habilidades diversas, aprendemos a apreciar diferentes aspectos de la vida e inevitablemente exploramos partes de nosotros mismos que serían difícil conocer de otra forma. Aprendemos a ser más pacientes, amables, empáticos: a crear un entorno donde todas y todos podamos florecer, dentro de nuestras capacidades. Una sociedad así es más positiva para todos, empezando por nosotros mismos.