GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3
GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3

Como es costumbre, el escándalo “Lava Jato” activa nuevamente el infantil pleito entre derechistas e izquierdistas por demostrar cuál de las ideologías es menos corrupta, como si fuera imposible reconocer que ninguna de las dos alberga puro santo y que, por el contrario, la corrupción no distingue colores políticos.

Con la peleíta, además, viene la incoherencia. Y es que ahora, luego de que Lula da Silva ha sido condenado, un sector de la opinología y el periodismo -aunque más parece activismo- se ha convertido en el más feroz defensor del debido proceso y el in dubio pro reo.

Y es que uno puede considerar que las pruebas con las que se condenó a Lula no son concluyentes. El problema es que quienes sostienen ello no son igual de exigentes con las acusaciones a los políticos que no son de su agrado.

Así, quienes defienden a Lula niegan que la sola declaración del ex CEO de OAS sea suficiente para creer en su culpabilidad, pero dan alaridos pidiendo prisión preventiva por mucho menos cuando de sus enemigos se trata.

Haga usted mismo el ejercicio. Revise qué dijeron quienes hoy lloran por Lula cuando Jorge Barata lanzó su vago “apoyamos a todos” (que en ese entonces no vino con detalle ni medio probatorio alguno). Vea los enfurecidos pedidos de prisión preventiva contra Alan, Keiko y compañía.

Pero como Lula, al parecer, está por encima del bien y del mal, no importa lo que diga el colaborador eficaz sobre él, ni que en su contra pesen otras cuatro investigaciones.

Insisto: es lo correcto y democrático defender la presunción de inocencia. Pero siempre, no solo cuando conviene.