GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3
GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3

En 1990, la situación económica y el país eran un incuestionable desastre. El gobierno de Alan García terminó con una inflación acumulada de 2178.482%. Un balón de gas podía costar millones de intis, el subempleo creció a 73% y las reservas internacionales pasaron de 894 millones de dólares a apenas 105. Las importaciones se dispararon a un 49% y las horas perdidas por conflictos laborales saltaron de 6 millones a 124 millones. Desde el anuncio de la estatización de la banca, la inversión extranjera se desplomó a cero y el horror económico competía, palmo a palmo, con la conflictividad social y, sobre todo, con el máximo apogeo terrorista. No solo era Sendero dominando zonas rurales y aterrorizando a la capital con sus apagones generales, asesinatos selectivos y sus coches bomba. Era también el MRTA con sus secuestros en las “cárceles del pueblo” y sus posteriores aniquilamientos. La sociedad vivió estados de pánico, estrés y zozobra permanentes.

Las universidades públicas fueron secuestradas por el terrorismo. Los sociólogos debatían la posibilidad de que seamos un país inviable, sin salida. Los jóvenes emigraban por miles buscando el progreso más accesible que aquí. En cualquier país del extranjero, el rumor exacerbado por el miedo y el terror señalaba que SL estaba a un paso de sitiar y tomar Lima. En ese estado de calamidad asumió el poder Alberto Fujimori. En el marco del análisis por su indulto -con el cual estoy de acuerdo-, es importante conocer también el otro lado de la verdad, porque una verdad a medias puede ser también una edulcorada mentira.