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A raíz de los eventos fríos y cálidos que trae el océano y de las muchas interpretaciones internacionales, es fácil advertir que la interacción océano-atmósfera es un indicador de los pronósticos nacionales. Sin embargo, solo miramos hacia el mar otra vez. ¿Por qué? Porque así vamos a lo fácil y tenemos información internacional que nos permite hacer papers, alertas u otros documentos para usar la teoría del Topo Gigio (“lo dije yo primero”).

De esta forma, le damos la espalda al Perú y no consideramos en su magnitud el aporte de la Amazonía a la realidad climática. La selva ocupa más del 60% del territorio nacional y su aporte de humedad es significativo. Su interacción debe ser considerada de la misma manera que la interacción océano-atmósfera para los pronósticos, pero a escala más pequeña para identificar núcleos climáticos en la atmósfera amazónica.

Para su análisis necesitamos información que aclare las dudas que los pronosticadores y climatólogos tienen sobre ella. Con radares meteorológicos, detectores de tormentas y estaciones meteorológicas podremos brindar información útil a tiempo y, sobre todo, a escalas necesarias para la toma de decisiones que, incluidas en la red que ya tenemos, ayudarían a descifrar el misterio que muchos aprovechan para generar dudas.

La Amazonía condiciona la salud de la atmósfera y si la conocemos, nuestro territorio y su entorno serán beneficiados. Además, absorbe los nutrientes de los vientos saharianos, atrae el agua del mar, usa la energía solar y recicla el CO2. Esperemos que el 2018 tengamos más herramientas para sumar a los pronósticos y que brindemos información de vigilancia para que la protección del país sea planificada y oportuna. Un abrazo hidrometeorológico por el 2018.

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