Las discrepancias hechas públicas en las últimas horas, de un lado, por el líder supremo de Irán, el ayatola Alí Jamenei y, de otro, el presidente Hassan Rohaní y el ministro de Relaciones Exteriores, Mohammad Javad Zarif, sobre el moméntum en que debe interpretarse la ejecución plena del levantamiento de las sanciones impuestas por Estados Unidos contra Teherán, desnuda la vulnerabilidad del acuerdo sobre el programa nuclear, al que acaban de llegar hace muy pocos días el denominado G5+1 y ese país, y cuya negociación, todavía no acabada, deberá culminar indefectiblemente con otro definitivo, no más allá del 30 de junio próximo. Llama poderosamente la atención que un presidente y su canciller discrepen del máximo líder y última palabra en los destinos políticos del país, dado el carácter teocrático del Estado. Mientras el ayatola en tono enfático exige que el referido levantamiento debería consumarse en el mismo instante en que se firme el texto definitivo, los referidos altos mandos políticos iraníes señalan que el castigo económico se debe levantar en la fase de implementación del acuerdo, que, en buen romance, es un tiempo después de la firma y, con ello, cuando estén dadas las condiciones que pongan en marcha dicho acuerdo. Seguramente Barack Obama es quien debe encontrarse en completo hermetismo. Sin duda, si acaso Irán retrocede y no firma el acuerdo, será un completo fracaso para Obama, que busca pasar a la historia como el presidente de EE.UU. que vuelve a hacer de Irán el aliado de los tiempos del Sha, antes de la revolución de 1979. Si sucede lo contrario, Obama se habrá debilitado en el frente internacional y súmele a ello que los resultados de la Cumbre de las Américas siguen siendo una caja de Pandora, dada la sensibilidad de los casos de Cuba y Venezuela para la política exterior estadounidense.

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