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La pregunta que salta a la vista es: ¿Por qué razón Japón, indiscutiblemente un país rico -el boom asiático de los años noventa del siglo XX lo terminó de empoderar- pero que luego de la Segunda Guerra Mundial, al firmar el Acta de Rendición el 2 de setiembre de 1945 en el acorazado Missouri, fue confinado en adelante a quedar desarmado, y que solamente en los últimos años ha podido progresivamente interesarse por instrumentalizar su poder militar, al crear su Ministerio de Defensa, decida ahora en modo unilateral sancionar económicamente a Corea del Norte, un Estado que aparenta contar con un desarrollo nuclear impresionante -EE.UU. ahora quiere negociar con el régimen de Pyongyang- y que, además, no es un secreto deducir que el país al que atacaría en acción ofensiva, o por represalia en un eventual conflicto en esa región, sería a ojo cerrado precisamente Japón, su mayor enemigo y no Corea del Sur, como se cree?

El otrora Imperio externaliza sin temor su acuerdo con EE.UU. luego del reciente encuentro entre el presidente Donald Trump y el reelegido primer ministro Shinzo Abe, es decir, lleva adelante la política de sanciones económicas sobre empresas y personas, buscando neutralizar al gobierno norcoreano. Tokio sabe que Washington, que tiene a sus fuerzas desplegadas en la región, saldría en su auxilio inmediato apenas la amenaza de Pyongyang pudiera materializarse. Cuando se aplican medidas económicas como las recientes, los Estados deben contar con un mínimum de respaldo en los ejes de seguridad y defensa. Japón, con 127 millones de habitantes y que no es un país militarizado como por ejemplo Israel, seguramente debe tenerlo muy presente. Las razones expuestas por el primer ministro han sido los recientes lanzamientos de misiles balísticos del régimen de Corea del Norte, que han cruzado el espacio aéreo de Japón. No hay nada que hacer: el referido encuentro Trump-Abe no fue para deshojar margaritas. Lealtad nipona a cambio de protección máxima.

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