Sucede que el análisis político suele detenerse en los accidentes, casi nunca en la raíz profunda de los problemas. Hace un tiempo esto era tildado de “inmediatismo superficial” pero ahora, en lugar de ser una tendencia, se ha convertido en el discurrir normal de las cosas. Las cosas, en efecto, son analizadas en sus accidentes, no en sus raíces, mucho menos la res publicae, la cosa pública, que en medio de tanto relativismo, termina siendo examinada en el espectáculo, en el discurso, en la imagen, pero casi nunca en su esencia. Y la esencia de la crisis que padecemos no es solo de personas, también es de sistema.
Así es, nuestra crisis también es de sistema. Y esto porque durante los últimos tres años, desde que se iniciaron los excesos de la prisión preventiva, nos hemos dedicado a destruir el sistema democrático y el Estado de Derecho. Se trata de una secuencia lógica, primero minas los principios del sistema jurídico e inmediatamente después se hunde el sistema político. Finalmente, y esto es lo que más interesa a los que viven por su pitanza, el sistema económico colapsa. En esta fase nos encontramos. El colapso económico es el resultado de la destrucción del Derecho y del equilibrio político. Sin equilibrio jurídico, la hegemonía política deviene en tiranía.
Todo lo que evite el surgimiento de una tiranía debe ser promovido, defendido y racionalizado. El mejor pensamiento político es el que conduce a la destrucción de la tiranía. Lo que quede de libertad debe organizarse en medio de un escenario de destrucción masiva. Nuestro sistema es un juguete roto que solo podrá componerse aceptando que unos adolescentes del poder jugaron destrozar lo que tanto nos costó construir.