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Resulta que una madre de 23 años lleva a su hija al hospital a ser examinada porque ha sufrido algún tipo de abuso sexual en el colegio. La madre luego denuncia que el médico a cargo de llevar a cabo los exámenes pertinentes para asegurar que su hija consiga justicia la ha violado. La niña tiene 8 años.

Resulta, además, que cuando la Fiscalía solicita 9 meses de prisión preventiva para él, el Poder Judicial dicta comparecencia restringida para el hombre y este queda libre.

La razón por la que la libertad del hombre nos deja con un sabor amargo es porque no confiamos en la decisión del Poder Judicial -no confiamos en el Poder Judicial en absoluto-. Esta es, sin embargo, una desconfianza que en gran medida surge de la falta de publicidad que existe respecto de las decisiones de los jueces. Los sucesos descritos nos parecen tan horrendos que nuestra reacción visceral es desear la culpabilidad del médico. Sin embargo, no tenemos la más remota idea de qué es lo que en realidad pasó (y en este caso, por respetar la privacidad de la niña, tal vez nunca la tengamos).

Sí, tenemos un sistema judicial que a partir de casos puntuales se ha hecho de una fama de ineficaz y hasta corrupto, pero la manera de luchar contra él no es tildando a todos los jueces de ineficaces o de corruptos. Es dando el paso extra: asegurando que si criticamos a un juez (o, en realidad, a cualquiera), lo hagamos con pleno conocimiento de los argumentos que se utilizaron para sustentar su decisión. Los medios juegan un rol importante dentro de esto. Cuando las circunstancias lo permiten, estos nos tienen que dar las herramientas necesarias para evitar hacer juicios de valor sin conocimiento de causa.

Las situaciones delicadas automáticamente producen una reacción. No una verdad. La verdad está en los hechos y en las pruebas.