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Hace algunas semanas pude leer “Los testamentos”, la esperada secuela de la reconocida novela “El cuento de la criada”, de Margaret Atwood. La historia, además de ser muy entretenida, deja una reflexión que creo relevante para el estado actual del mundo.

La autora crea en estas novelas una sociedad distrópica, donde el machismo más violento ha triunfado y el rol de la mujer se reduce al de reproducirse y atender a los hombres. No se les permite aprender a leer, tener una profesión ni decidir libremente sobre cómo desarrollar su vida y su personalidad. La humanidad degradada a los aspectos más oscuros y terribles que nos han acompañado desde siempre: el miedo a la libertad del otro, la irracionalidad de los fundamentalismos, la violencia como respuesta a la incertidumbre.

Pero lo más impactante de estos relatos es que mientras se leen se va despertando en uno la lóbrega sospecha de que nada de lo que ahí se escribe sería inimaginable de que ocurriese en la vida real. Y si uno ve, por ejemplo, a Irán y su impactante regresión en las últimas décadas en temas de libertades, termina con la convicción de que lo que escribe Atwood puede ocurrir más allá de un libro o una serie de televisión.

La advertencia que nos deja los libros, entonces, es que uno no debe de creer que las conquistas liberales por sociedades más igualitarias son lineales y progresivas, sin posibilidad de retrocesos. Aquellas certezas en materia de derechos -que consideramos incuestionables y de sentido común- pueden resultar frágiles cuando el miedo y la irracionalidad se cultivan silenciosa e impunemente entre nosotros.