Los reveladores audios de la corrupción que involucran al entorno presidencial más íntimo, me traen a la memoria “Risas y Salsas”, programa cómico de los años ‘80, especialmente, la secuencia de “La banda del choclito”, liderada por el pequeño gran cómico Justo Espinoza “Petipán” y cuyos integrantes eran unos pillos impresentables e ineptos que rozaban la idiotez.
Para desgracia nuestra, la realidad actual nos rememora aquel sketch cómico, pero ahora teniendo como protagonista a Castillo y a la banda instalada en Palacio. Esta, al igual que la banda de ficción de “Petipán”, se encuentra conformada por una legión de “guayaberas sucias”, “mapaches” y “ojos lindos”. Lo tragicómico de esta situación es que las fechorías son reales y existen sólidos indicios, en poder de la Fiscalía, sobre actos de corrupción con el erario nacional, es decir, el dinero de todos los peruanos.
De esta forma, volvemos a vivir la constante de los últimos 20 años: gobiernos que llegan al poder enarbolando la bandera anticorrupción, pero terminan haciendo lo que juraron erradicar. Las fugas de los socios y sobrinos de Castillo alimentan el imaginario colectivo sobre la podredumbre palaciega que alcanza peligrosamente el límite de la tolerancia ciudadana.
La vergonzosa fuga del exministro Juan Silva, que en realidad es un burdo encubrimiento al más alto nivel de este gobierno, quizás sea la gota que rebalse el vaso. La verdad es que la situación se ha tornado insostenible. Entre la ficción cómica de ayer y la realidad de hoy, lo cierto es que “La banda del choclito de palacio” está destruyendo la poca y débil institucionalidad del Estado. En el fondo, lo que esta agrupación busca es perpetuarse en el poder para instalar un esquema de corrupción al estilo chavista.