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Cuando se anunció que el movimiento Nuevo Perú, liderado por Verónika Mendoza, iría a las elecciones del próximo enero en alianza política con Perú Libre, de Vladimir Cerrón, y Juntos por el Perú, de Yehude Simon, un sector de la izquierda nos dejó claro que ellos, también, son parte del clan que tanto critican. La decisión de aliarse con un personaje como Vladimir Cerrón para poder participar en las elecciones congresales no hará más por la izquierda que reproducir su ahogo histórico: dividirla. 

Verónika Mendoza obtuvo el 18% de los votos en las últimas elecciones generales. Parecía ser la nueva cara de la izquierda en el Perú. Un sector de la población depositó en ella su confianza. Se autodenominó la defensora de las minorías e izó la bandera contra la corrupción. En el 2016, cuando era candidata a la Presidencia, dijo: "Tenemos que empezar a llamar las cosas por su nombre. Corruptos a los corruptos, robo al robo, plagio al plagio".

Las cosas por su nombre, entonces. El aliado de Mendoza, Vladimir Cerrón, fue condenado por corrupción –a diferencia de muchos políticos en el Perú, que están privados de su liberad mientras son investigados–. Es decir, directamente se le puede llamar corrupto porque hay una sentencia judicial que así lo afirma. Además, está a favor de la dictadura de Maduro en Venezuela, pero respaldó la iniciativa que buscaba que solo un 20% de trabajadores en una empresa sean extranjeros, alegando que les quitaban trabajo a los peruanos. Ha sido criticado por su discurso machista, cuando el de Mendoza prometía priorizar los derechos de las mujeres.

En el 2015, Mendoza planteaba la muerte civil para los condenados por corrupción. Hoy, como en una torcida burla del azar, ella está en alianza con uno. Entonces sí, las cosas por su nombre, pues. Porque cuando a uno le conviene, todo vale. ¿No?