La captura del poder es la toma del poder político ilegítimamente para controlar unilateralmente el gobierno de una sociedad o Estado y por tanto el destino de un pueblo imponiendo reglas que jamás serán consultadas. La captura del poder, entonces, jamás es democrática, porque se efectúa en un acto marginal, impactando severamente a las reglas del estado de derecho o imperio de la ley de todos, que desaparecen de facto. Hay dos maneras de capturar el poder.

Mediante el método violento que está fundado en una construcción de procesos dialécticos de acción y reacción y que el marxismo-leninismo-maoísmo denomina lucha de clases. Por eso, no existe lucha de clases pacífica. La lucha de clases es eminentemente dialéctica porque se produce por los antagonismos dicen que existe entre los ricos y pobres de un Estado como si nacer rico y pobre es razón para enfrentarlos. La lucha de clases, entonces, solo se entiende como la oposición violenta entre los actores sociales. Nunca la habrá -dicen- entre ricos o entre pobres, sino solo entre ricos y pobres.

No resultará nada difícil revisar la historia para confirmar esta modalidad de conseguir el poder. Solo dos ejemplos: En 1917 se produjo la Revolución Rusa con los bolcheviques liderados por Vladímir Ilich Uliánova o simplemente Lenin. Se tiraron abajo al régimen zarista y para asegurar que no quede ninguna posibilidad de frustrar el proceso, que también llamaron revolución del proletariado, aniquilaron al zar Nicolás II y a toda su familia. 32 años más tarde, por la triunfante Revolución de 1949, el Partido Comunista Chino con Mao Zedong, instauraron la República Popular China.

Ni este acontecimiento ni 17 años después la denominada “Revolución Cultural”, impuesta por el propio Mao, para magnificar su figura, se hicieron con velitas misioneras ni banderitas blancas. Fueron esencialmente violentas. La otra manera de capturar el poder es la solapada, es decir, valiéndose de la democracia que para ese propósito solo sirve de instrumento a sus objetivos. Allí están, Chávez en Venezuela y Ortega en Nicaragua, y lo hacen para perpetuarse en el poder. Finalmente, una vez alcanzado el poder no van a transformar al Estado sino a destruirlo para instaurar otro, que es distinto, como lo sostuvo Abimael Guzmán.