Si los terroristas encarcelados por los crímenes que han cometido quieren recibir indemnizaciones de parte del Estado peruano, primero deberían pagar los millones de soles que deben como reparación civil por los muertos y daños a la propiedad pública y privada que ocasionaron durante los años en que la pegaban de muy valientes y se creían revolucionarios, todo esto antes de terminar en una cárcel llorando y quejándose porque seguro quieren celdas con bar y jacuzzi.
El miércoles último el premier Alberto Otárola se ha presentado ante la Organización de Estados Americanos (OEA) para exigir a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) que archiven las demandas contra el Estado peruano presentadas por asesinos brutales como Víctor Polay Campos (a) “Rolando” y Florindo Flores Halas (a) “Artemio”, quienes se quejan de los procesos a los que fueron sometidos y por las condiciones carcelarias en que viven.
En realidad, esta gestión del premier Otárola no tendría ni por qué realizarse si es que la justicia interamericana no estuviera abiertamente parcializada y conociera en realidad quiénes son estos salvajes que ahora la quieren pegar de pobrecitos para sacar dinero y mejores condiciones carcelarias, tal como en el pasado lo hicieron otros terroristas como Lori Berenson y los chilenos integrantes de un feroz pelotón de asesinos y secuestradores del MRTA que fueron echados del país luego de cumplir sus condenas.
Si en el pasado a las autoridades peruanas les vieron las caras de tontas como para pagar o acceder a pedidos de carniceros, esta vez no puede suceder lo mismo. Polay y “Artemio” tienen suficiente con estar vivos y pasar sus día tirados en una cama a costas del Estado dentro de una prisión. En muchos países muy civilizados, lo único válido para ellos y sus cómplices hubiera sido la pena de muerte y sin lugar a reclamos. Si vienen a reclamar, por lo menos que paguen las reparaciones que deben.
Ningún país que se respete, puede someterse a una justicia supranacional parcializada que sale en favor de delincuentes y asesinos. Además, estos salvajes han sido condenados en procesos limpios y transparentes, y purgan condenas en condiciones en las que se velan sus derechos humanos, algo que ellos jamás respetaron cuando estuvieron frente a sus víctimas. Polay, el rey de las brutales “cárceles del pueblo” viene ahora a quejarse de la celda donde hoy está encerrado con todas las garantías del mundo civilizado. El mundo al revés.