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El gobierno del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte (RU) le dio un ultimátum al ruso para que dé explicaciones satisfactorias sobre el atentado con envenenamiento que sufrieron Sergei Skripal y su hija Yulia, actualmente en estado grave, en la ciudad de Salisbury, en el RU. Moscú, que lo ha negado todo, ante las acusaciones inglesas ha ninguneado la ira de la primera ministra Theresa May, que sin pensarlo dos veces acaba de decidir la expulsión de 23 oficiales rusos en la condición de no declarados y lo ha hecho de conformidad con la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas de 1961, que permite a los Estados estas rígidas medidas frente a los miembros de una misión diplomática -la rusa-, sobre la cual el Estado receptor (RU) las adopta por razones fundadas, aun cuando por el principio de soberanía de los Estados, que es un legado de la Paz de Westfalia de 1648, que puso fin a la Guerra de los Treinta Años en Europa, el país receptor no está obligado a dar explicaciones sobre las acciones que pudiera llevar adelante. Esta medida, decidida en la víspera, va de la mano de la advertencia inglesa de la semana anterior en el sentido de que comprobada fehacientemente la responsabilidad del gobierno de Putin en el acto criminal, Londres podría anunciar la no participación británica en el Mundial Rusia 2018, que se iniciará en el próximo mes de junio. No es la primera vez que las crisis políticas bilaterales penetran en las competencias deportivas, y más si son eventos relevantes, como sucedió en los Juegos Olímpicos de Moscú, en 1980, y en el de Los Ángeles de 1984, cuando los gobiernos de ambos países, al final de la Guerra Fría, no enviaron a sus delegaciones de deportistas por las represalias que mutuamente se impusieron. Rusia hace muy mal en no mostrar evidencias de que no tiene nada que ver en el intento de asesinato. El defenestrado secretario de Estado de EE.UU., Rex Tillerson, había señalado a Rusia sin titubear, lo que no gustó a la Casa Blanca pero fue bien visto por el gobierno de May, y esto sucede cuando las relaciones entre Washington y Londres, que siempre han sido muy estrechas, en estos tiempos no gozan de las máximas del pasado.