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¿Alguna vez han escuchado que, si estás embarazada y luces mal y cansada, es porque tendrás una mujer? Somos “destructoras” incluso antes de nacer. Este tipo de prejuicios están tan arraigados en nuestra sociedad que ya no sabemos discernir cuándo somos partícipes en ellos.

Caroline Criado Perez, en su libro Invisible Women, expone los problemas que se dan cuando no se toma en cuenta la experiencia femenina para crear productos y servicios que serán utilizados por todos. Expone, por ejemplo, que, en un accidente automovilístico, las mujeres son 47% más propensas a ser heridas gravemente, porque al ser usualmente más pequeñas que los hombres y sentarse más adelante en el asiento, no están en la “posición estándar” que vendría a otorgarles seguridad.

Entonces, ¿alguna vez nos hemos preguntado hasta qué punto la brecha salarial entre hombres y mujeres se debe, en realidad, a los prejuicios sociales que existen fuera del mercado laboral? Si a las mujeres desde niñas se les disuade de perseguir carreras en rubros tecnológicos, por ejemplo, se les está limitando la oportunidad de acceder a un salario más alto. Cuando el sexismo está enraizado en la sociedad, el mercado meramente reflejará los resultados.

La respuesta está, entonces, en asegurar que el mercado sea en realidad un espacio abierto para todos, donde la participación de cada uno se dé voluntariamente y sin restricciones. Y es acá donde se vuelve relevante el rol del enfoque de género en el Currículo Nacional.

Estoy a favor del enfoque de género a pesar de abogar por un mundo en donde nos podamos desenvolver libremente sin que el Estado nos limite más de lo necesario. Creo que la solución al problema empieza y termina en la educación. Una vez que interioricemos que el género y la orientación sexual no son elementos válidos para juzgar a alguien, las cosas finalmente podrán cambiar. Pero para eso es necesario reconstruir sobre nuevos cimientos. Y eso empieza, indiscutiblemente, en el colegio.