GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3
GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3

Las últimas horas en el mundo vuelven a estar marcadas por el terrorismo. Un coche bomba fuera del estadio del club turco Besiktas (29 muertos); un ataque suicida en un cuartel militar en Yemen donde se libra una batalla sin cuartel por el poder central con la presencia de fuerzas de Arabia Saudita (40 muertos); otro perpetrado por el grupo terrorista Boko Haram en un mercado al noroeste de Nigeria (57 muertos); y la reacción del Estado Islámico en Palmira, Siria, donde habían retrocedido, aniquilando a por los menos 34 soldados del régimen de Bashar al-Assad. Está claro que el terrorismo se ha exacerbado y diseminado en el globo, mostrando su ferocidad más allá de las fronteras de los países islámicos en el Medio Oriente, como ha sucedido en Europa o Asia. La tildada parsimonia de los gobiernos para frenarlo está alentando el resurgimiento de los nacionalismos, pero esta vez radicalizados, principalmente en el Viejo Continente, que buscan apurar los procesos, primero para tomar el poder a como dé lugar, Francia por ejemplo, y segundo, para adoptar medidas de reacción nunca antes vistas en aras de retornar el estado de paz global. El riesgo está en que pudieran confundirse en acciones represivas indiscriminadas que en nada se diferenciarían de los ataques terroristas. Así, pues, el extremismo o radicalismo ultraconservador de las derechas en diversas partes del planeta en nada se diferenciarían del extremismo fundamentalista islámico y eso sí sería gravísimo. Una nueva colisión, esta vez no tradicional, como lo fue el conflicto entre Estados en la sociedad internacional del pasado, puede emerger incontrolable. La ONU debe haberlo sopesado, pero la lentitud de la comunidad internacional estaría superponiéndose.