Algunos candidatos a la presidencia de la República han planteado la promulgación de una nueva Constitución interpretando que, a partir de ello, nuestro país podrá desarrollarse. Propuesta irresponsable, inoportuna y populista. En un momento tan complejo, debemos fortalecer nuestras instituciones mediante el respeto a la Constitución y las leyes; no poner la espada de Damocles sobre el modelo económico y las inversiones; sin saber quiénes serán, ni cuál será el patrón a diseñar por los futuros constituyentes.

Para Lowenstein, padre del constitucionalismo moderno, una Constitución no garantiza, por sí misma, la dotación de todas las necesidades básicas de la población. Pero sí debe distribuir y controlar el ejercicio del poder, expulsando arbitrariedad y absolutismo.

No existe una Constitución ideal que contenga todos los extremos sociales, culturales y políticos en todos los momentos históricos. Ello no significa que no sea un cuerpo normativo vivo y dinámico. La eficacia de la Constitución proviene de su capacidad de normativizar la realidad.

La política es, ante todo, lucha por el poder. La realidad del proceso del poder debe ser acorde a la Constitución. No se trata de promulgar una nueva Constitución por el transcurso del tiempo y la dinámica social, política y cultural. Ello significaría tener tantas Constituciones como interpretaciones a los cambios que se experimentan en todos los ámbitos y momentos.

El régimen de Velasco significó una extraña unión de militares con comunistas, confirmada por el mensaje político del arribo de Fidel Castro a nuestro país a finales de 1971. Las estatizaciones, hipertrofia estatal con un Estado grande e ineficiente, la implementación de la denominada “comunidad industrial” que significaba arrebatar un porcentaje de las utilidades de las empresas, la “propiedad social”, control de precios y subsidios, incremento de nuestra deuda externa de 800 millones a 3066 millones de dólares y un largo etcétera de medidas que trajeron decadencia y pobreza.

Ese “mundo ideal” se refleja hoy, entre otros, en pueblos como el venezolano y cubano. Aspiran a plasmarlo en nuestro país, y para ello necesitan una nueva Constitución.

No podrán. Las constituciones no sirven a fines ideológicos.