Los cristianos son el 2% de la población de Pakistán (180 millones). La odisea de un credo en minoría en un país que registra el mayor número de atentados terroristas del planeta y el mayor número de grupos terroristas resulta alarmante para lograr su subsistencia. El reciente feroz atentado en el parque de la ciudad de Lahore, considerada la capital cultural del país, no es el primero contra los cristianos pakistaníes. También sucedió el 24 de setiembre de 2013 (80 muertos) o el de la Iglesia Anglicana de Todos los Santos, en Peshawar, con el saldo de 127 muertos y 170 heridos. Como acaba de suceder en Lahore, donde las familias celebraban el día de la Pascua de Resurrección, la mayoría de víctimas han sido mujeres y niños. Está claro que la animadversión hacia los cristianos no tiene límites. La vida es un suplicio permanente, y aun cuando cuentan con buenos colegios y en general con una importante formación educativa, los cristianos de Pakistán solo pueden contar con el 1% de las cuotas para el trabajo que asigna el Gobierno a la población. Con ello, las perspectivas de vivir en paz son ínfimas. Suma que los cristianos son objeto de acoso permanente y siempre están en la mira de la justicia tengan o no la razón, como sucedió a Asia Bibi, una mujer y madre de 5 hijos acusada de insultar a Mahoma, el profeta mayor del Islam, y aunque todos dicen que no es cierto, ha sido sentenciada a morir. Ni la facción talibán Jamaat-ul-Ahrar, que se atribuyó el reciente macabro atentado con 80 muertos y profesando adhesión al Estado Islámico, ni otros grupos extremistas en Pakistán pararán la violencia hacia los cristianos, que llevan una cruz muy pesada en ese país.