El último sábado en Junín, el presidente Pedro Castillo amenazó con iniciar una cruzada nacional para “luchar contra las fuerzas golpistas”. Parece que está apurado porque ayer en Arequipa intentó darle forma a ese deseo. Sin embargo, los gritos, abucheos y protestas de ciudadanos en el hospital de EsSalud de Yanahuara y en el mercado de Tiabaya, quienes incluso le pedían que se vaya, lo hicieron volver a la realidad. Esto es una muestra más del creciente rechazo al jefe de Estado. Y no solo se ve en las encuestas (el 65% de peruanos en el sur del país lo desaprueba), sino también en las calles. En la “Ciudad Blanca” no solo le decían “mentiroso” sino también “corrupto” y “ladrón”. Ante este panorama, el discurso reivindicativo del mandatario en defensa de la democracia se degrada ante la realidad.
Si Castillo quiere sumar apoyo en el interior del país no basta con desearlo. Hoy por hoy no hay las condiciones para concretar su tan mentada “cruzada” (aunque ayer habló de travesía). Casi nadie confía en su gestión y la mayoría juzga sus actos públicos como atentatorios contra el desarrollo del país, no solo por su incapacidad sino también por las claras señales de corrupción de su Gobierno.
Mientras tanto, avanza en el Congreso una denuncia constitucional contra el presidente para inhabilitarlo por 5 años. Ayer en Arequipa evitó hablar de esto y volvió a mirar a otro lado, como si este tema no tuviera importancia. Es evidente que sigue sin tomar conciencia de la gravedad de su situación.