En el Perú, pedir el cierre de diversas instituciones estatales ó atacarlas ferozmente cuando sus fallos o determinaciones son contrarias a las opiniones de algunos sectores minoritarios, se ha convertido casi en un deporte nacional: Que si el Tribunal Constitucional emite una sentencia contraria a los intereses de un grupo de ciudadanos , hay que enviar a los tribunos prácticamente a la “hoguera”; que si el Congreso manda al archivo o aprueba algún proyecto de ley avalado por algunos y despreciado por otros, hay que promover su cierre; que si una autoridad toma una determinación razonable que a algún sector no le gusta, hay que promover su cambio, sin llegar a comprender que la “democracia” es un estado en el que no se debe medir el cómo se trata a los afines, sino en el cómo se respeta a los que no lo son.

El término “democracia “proviene del vocablo griego “demos” (pueblo) y “Kratos” (gobierno). En términos sencillos, la democracia es una forma de gobierno en la que el pueblo, a través de sus representantes legítimamente electos, “por mayoría”, son quienes dirigen el Estado.

En un régimen democrático, se fomenta el pluralismo, se permite la competencia electoral y se respeta el principio de “mayoría”. La justicia y la legalidad son componentes y principios fundamentales de este estado pleno de derecho y democracia: La justicia, alude al resguardo de la ley y a su aplicación sin distinción y mediante la ley, se garantiza la igualdad de derechos de todas las personas. Pero, lo que solemos ver dentro de este “deporte nacional” de negación de los valores democráticos es la satanización de la justicia: cuando ésta se aplica a mis amigos, es persecución, pero cuando se aplica a mis adversarios, es justicia. El refrán de “…a mis amigos todo, a mis enemigos la ley”, parece encajar perfectamente dentro de estos antivalores.

Los diferentes intereses u opiniones que poseen las personas no deben ser razón de violencia o confrontación, por el contrario, deben generar nuevas y mejores propuestas democráticas que procuren atender las necesidades e intereses del mayor volumen de la población. La gran prueba de la democracia llega, finalmente, cuando estamos en minoría.