La democracia es el gobierno del pueblo. Es de todos y para todos. Sin discusión, es el sistema político más idóneo para la regencia del poder en las sociedades políticas que la han hecho propias por sus procesos históricos. Aunque también fue una reacción frente a las monarquías absolutas y despóticas en la vieja Europa, erradamente se cree a la democracia incompatible con las monarquías, con las que más bien entra en armonía como es el caso del Reino Unido, España o Marruecos, donde impera la denominada monarquía constitucional con plena garantía del ejercicio del sufragio universal. La democracia expresa la voluntad de las mayorías -esa es su pétrea excelsitud garantista-, que legitiman el uso y administración del poder político. La mayoría siempre se contará a partir de la mitad más uno de las voluntades individuales y esa realidad matemática produce una realidad jurídica del imperio político de los que son más sobre los que son menos. No es que las mayorías tengan el poder por absoluto. No; sin embargo, aunque siempre las mayorías serán las que decidan -es parte de la regla de la democracia-, las minorías deben ser consideradas y respetadas y avasallarlas será el signo de volverse dictaduras y totalitarismos, que constituyen la negación de la democracia. Cualquier tenencia del poder que no emane de la voluntad ciudadana califica de usurpación del poder político y el pueblo tiene expedito el derecho de insurgencia que la Constitución del Perú consagra en su artículo 46. El verdadero poder político es el democrático y éste deviene de las urnas o de la Constitución Política, que es la norma jurídica más importante de toda comunidad política que denominamos Estado desde la histórica Paz de Westfalia de 1648, que puso fin a la Guerra de los Treinta Años en Europa, y que legó al mundo la soberanía como cualidad intrínseca e inmanente del Estado como sociedad jurídicamente organizada. En democracia la tolerancia es una expresión de su naturaleza, por lo que hay que saber ganar y también saber perder. La democracia siempre es convencional y es pacto social, por lo que es imperativo aceptar sus reglas y la alternancia del poder pues retenerlo es perder legitimación para ejercerlo. Finalmente, es verdad que la democracia es imperfecta pero es lo mejor que contamos para la convivencia política.