El nacimiento de un bebé con alguna discapacidad suele ser un evento doloroso para los padres. Más que felicitaciones y mejores deseos, muchos sienten que reciben el pésame. A lo largo de la historia se ha interpretado la discapacidad como algo negativo, una carga o una carencia. Y sí, toda discapacidad, sea evidente o no, implica un reto. Sin embargo, el problema no es la discapacidad, sino que nuestra sociedad aun difícilmente admite diferencias en su búsqueda de funcionar “sin fricciones”.

Queremos que los niños vayan a un colegio organizado de cierta manera y que tengan comportamientos que nosotros ya sabemos acompañar (y que nos acomodan). Pero la vida no es una fábrica ni un algoritmo.  La existencia no está pre-determinada.  Es pura potencialidad y posibilidad.

Relacionarnos con personas con discapacidad puede ser desafiante por los posibles comportamientos atípicos y porque nos recuerda que nosotros también tenemos discapacidades, que quizás no son tan evidentes. Por ejemplo, ¿Acaso no es una discapacidad emocional no saber relacionarse con personas que actúan diferente a nosotros?

El problema no es la discapacidad, sino el terrible estigma social asociado a la diferencia, que resulta de no comprender la potencialidad que ésta nos regala. Hemos logrado salir del ciclo de supervivencia (la ley del más fuerte) que históricamente lo causó. Hoy, necesitamos que nuestra pedagogía, forma de trabajar y de sociabilizar, se amplíen para integrar a todas las personas sin exigirles que se adapten a un molde.  Parafraseando un cuento hermoso de Jérôme Ruillier, llamado “Por cuatro esquinitas de nada”: si hay una puerta cuadrada y tiene que entrar un círculo, no se trata de cortar y mutilar al círculo para que sea cuadrado, sino de ampliar la puerta, para que todos podamos entrar.

Pd: Pueden ver el cuento en este link: