Hace años, en una de mis etapas en el MEF, me tocó trabajar con una de las personas más increíbles que he conocido jamás. La Doctorita. Así la llamábamos todos.

Inteligente, atinada, callada y siempre educada. Sabía todo. Tenía toda la experiencia del mundo, pero nunca lo decía. Siempre humilde. Siempre apoyando para que las decisiones importantes se tomen pensando en el país.

Por algún extraño motivo, Jaime Quijandría, ministro de Energía y Economía, le aseguró que se llevaría mal conmigo. Que iba a ser imposible que trabajáramos juntas. Le aconsejó que mejor se fuera a su casa. ¡Qué equivocado estuvo! Fuimos íntimas desde el primer día y nunca sentí un apoyo más grande.

Sus consejos siempre adecuados. “Cecilia, no les hagas caso”; “Cecilia, estas personas tienen razón”; “Cecilia, mejor piensa un poco más y tómate tu tiempo”; “Cecilia, date una vuelta por la Plaza de Armas, sal y respira”, me decía. Esas eran sus palabras, así la recuerdo.

El MEF era su casa. Había trabajado allí desde siempre. Con muchos ministros, viceministros, jefes de gabinete. Todos pasamos y ella siempre se quedó. Tenía la historia de todos y cada uno. Pero sobre todo sabía que el país podía ser mejor.

Los años hicieron que nos entendiéramos con la mirada. Sus consejos apoyaron las decisiones más importantes en el MEF, y si alguien piensa en definir al buen funcionario público, esa fue Dominga, La Doctorita Sota.

El viernes se fue, estoy segura que al cielo, y desde ahí seguirá la política peruana que tanto le gustaba, pero sobre todo seguirá apoyando al MEF para que las decisiones difíciles se tomen con el país por delante. Gracias, Doctorita, nos harás demasiada falta.