Anoche recordaba una entrevista a un gobernador estadounidense que hablaba de cómo se viene planteando, en esta pandemia, una dicotomía entre la tutela de la salud pública versus el crecimiento económico, como si fueran mutuamente excluyentes. Si lo fueran, y tuviéramos que escoger entre salvar la economía y salvar vidas; pues escogemos salvar vidas – de eso no cabe la menor duda–. Lamentablemente, esa dicotomía no es real (por lo menos en una realidad dinámica como en la que vivimos), porque nos plantea una diferencia en el tiempo.

Salvar vidas hoy (léase: forzarnos a quedarnos en casa para cuidar nuestra salud y la de los demás), indudablemente costará vidas mañana. La contracción en el crecimiento económico que la pandemia generará tendrá un costo ineludible (cuantificable también en vidas) en el mediano plazo y largo plazo.

Si bien hemos optado por salvar vidas hoy, tras más de dos meses en cuarentena ya todos empezamos a cuestionarnos la efectividad de la estrategia: ¿verdaderamente estamos escogiendo la salud?

Cuando el Estado no tiene las capacidades para asegurar el cumplimiento de las medidas implementadas a lo largo y ancho del territorio; cuando los expertos dicen que el pico de contagios llegará recién en junio; cuando el hambre y la desesperación hacen que las calles se llenen nuevamente de personas vendiendo cachivaches… ¿qué nos asegura que esta vez la cuarentena sí será efectiva? ¿Qué nos asegura que los estragos económicos que asumiremos por los siguientes años verdaderamente habrán salvado vidas hoy? Es verdad que sin salud no hay economía, pero sin economía no hay los medios para proveer salud.

Aquí quedan más preguntas que respuestas; pero, definitivamente, esta visión más realista del problema tendría que ser tomada en cuenta por los expertos del gobierno a la hora de articular políticas públicas en medio de esta crisis.