Toda política pública implica negociar con los interesados. Lo contrario es dirigismo estatista y la evidencia demuestra que este tipo de voluntarismos lo único que logra es generar una ola de problemas que terminan por desarmar los intentos reformistas. Lo que está haciendo el Ministerio de Educación, con la ayuda de algunos mercenarios en el Congreso y de varios periodistas que trabajan en agencias de lobby y comunicación, es lavarle la cara a una reforma que empezó mal, camina mal y terminará peor. Las reformas que promueven la toma de las universidades y que quieren convertir como por arte de birlibirloque a la academia peruana en Harvard y Stanford en un dos por tres están condenadas al fracaso porque violentan el principio de realidad.

Y es el principio de realidad el que nos indica claramente que la transformación de la universidad peruana es un proceso lento y complejo que precisa de la actuación de la mayor parte de los involucrados. Al poner en pie de guerra a un sector de las universidades públicas, el Gobierno liquida su propia reforma, porque intenta imponer una utopía destruyendo lo que de verdad existe. Lo que prescribe el principio de realidad es la paulatina transformación de la academia peruana, no la aniquilación de todo lo que se ha avanzado en los últimos años en función de los intereses de un pequeño monopolio encabezado por la ex PUCP que le teme a la competencia.

Este sentimentalismo utópico es peligroso cuando se mezcla con el chavismo gubernamental que encarna el ministro Saavedra al intentar imponer rectores, autoridades, cambios y programas. Las reformas nunca se hacen en contra de los reformados. Cuando el ministro promueve modelos que no toman en cuenta la realidad, cuando Saavedra apuesta por el adanismo, entonces ara en el mar.