Chile con 18,7 millones de habitantes e Israel con 9, son los dos países en el mundo que se han robado los aplausos de la comunidad internacional por haber conseguido el ritmo de vacunación más rápido, superando a EE.UU., el más poderoso del planeta y a China, el más rico. Pero el éxito de los 2 países no se crea que se debe solamente a medidas adoptadas en el marco de la pandemia del Covid-19. No.

Siendo distintos -Chile es un país en desarrollo como el Perú e Israel es una nación del primer mundo-, ambos tienen en común, contar con un sistema sanitario realmente admirable y que está basado en su impresionante red asistencial primaria en todo el país, sin descuidar los rincones de sus territorios, que generalmente suelen ser los más olvidados y dejados para el final en muchas otras naciones del globo. Lo segundo y que ha coadyuvado a la impresionante velocidad de vacunación, ha sido contar, por supuesto desde tiempos anteriores a la pandemia, con servicios digitalizados de primer nivel.

En Israel hasta los camellos están registrados en los bancos de datos informáticos y esa realidad ha permitido una rapidísima movilización de su población. Con lo anterior no puede desconocerse que sus gobernantes están acostumbrados a actuar en base a políticas de Estado, lo que significa que no hay improvisación, y cuyas reacciones en cadena por la emergencia y frente a la adversidad como la del Covid-19, ha puesto en primer plano sus eficaces gestiones de administración de crisis.

La diligencia de estos países, entonces, se traduce en diferencias irrebatibles con países como el Perú en que, mientras en el primer mes de haber contado con un millón de dosis, solo hemos podido vacunar a cerca de 350 mil personas, en Chile en los primeros tres días de la campaña de inoculaciones lograron aplicarlas a 300 mil de sus ciudadanos; y, mientras contamos con 5 puntos de vacunación solamente en Lima, en todo Chile son 1422 puntos.

Finalmente, debemos relievar la capacidad de decisión para adquirir vacunas. Chile e Israel cerraron contratos y pagaron a las empresas farmacéuticas por 4 o 5 veces el número de sus habitantes, entre mayo y julio de 2020, cuando ni siquiera había vacunas certificadas. Una lección de ser países previsores.