Nos habíamos tragado el cuento de que éramos un país próspero, rumbo al primer mundo. Las cifras macro, el elevado nivel de exportaciones de materias primas así lo decían. Pero nos habíamos olvidado de aquello que hace verdaderamente sostenible a un país, aquello que lo hace sostenible en el tiempo. La educación, la salud, la cultura, la consolidación de una sociedad capaz de valerse por sí misma sin necesidad de imposiciones que lindan con lo dictatorial, con la pérdida de la libertad.

Porque entendámoslo bien: ninguna libertad plena puede funcionar si uno se está debidamente educado en el uso de esa vital prerrogativa. Y la pandemia del coronavirus lo ha demostrado.

Entonces, de nada sirve el dinero en el bolsillo, o en una cuenta de ahorros, o en una cuenta corriente, si no sabes activar los mecanismos de defensa para los peores momentos, si no entiendes que el respeto por el otro forma parte del respeto general por ti y por todos los que conforman tu sociedad. Si no sabes que cumplir las reglas más básicas es el inicio de una convivencia democrática, en paz, sin daños colaterales.

Podemos criticar y cuestionar el accionar de los distintos niveles de gobierno. Eso es también lo democrático, y seguramente hay asidero en muchas de esas cuestiones. Pero ¿de qué sirve si desde la base misma de la sociedad no podemos eliminar los vicios que están ahí arriba, desde lo gubernamental? ¿Lo que hacen los políticos no es caso reflejo de lo que somos como sociedad?

Estábamos muy lejos del desarrollo, más lejos de lo que pensábamos. El dinero circulando, las cifras de crecimiento fueron una ilusión. Eso hay que tomarlo en cuenta a partir de ahora. No dejemos que este golpe, esta crisis, sea en vano. Aprendamos la lección.

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