Vengo de un colegio de policías y he sido alumno y profesor del CAEN. Tengo grabado a fuego en mi memoria, como muchos peruanos de mi generación (la de los cuarentones), la época terrible del terrorismo, donde estuvimos a punto de perder la libertad a manos del radicalismo homicida. Desconfío, por experiencia propia, de toda revolución que pretende crear un paraíso terrenal, con su falsa liturgia y el peligroso culto a la personalidad. Y aunque la historia nos ha dado más de una lección sobre el final de los totalitarismos, el hombre, pobre, pobre, siempre retorna a la quimera de la ilusión política. El Perú no es una excepción.

El Estado nació para detentar el monopolio de la violencia legítima. La familia militar tiene que cumplir con su misión, con su vocación, con la defensa de la democracia y la República, con el Estado de Derecho. Siempre, en el marco de la ley, la familia militar tiene el deber de consolidar la democracia, defendiendo la libertad y trabajando por el desarrollo. Las Fuerzas Armadas existen para sostener un sistema político, para hacerlo viable y real en un territorio. Sin orden es imposible la convivencia. Y el orden en una sociedad civilizada equivale al imperio de la ley.

Los romanos eran firmes en la aplicación del Derecho. La firmitas (firmeza) romana era respetada porque equivalía a la acción práctica de la ley. Los romanos, maestros en el arte del gobierno, sabían que la ley tenía que ser defendida de los transgresores, de los enemigos públicos que buscaban la destrucción de su república. Por eso, si queremos vivir en paz, debemos proteger la democracia, dándole a las Fuerzas Armadas la capacidad de cumplir con su misión.