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La izquierda sudamericana acaba de recibir una herida que difícilmente cicatrizará. Lula da Silva se va a la cárcel por corrupto y por los próximos 12 años. Engañó al Brasil y a la región, con esa falsa imagen de barbudo bonachón y líder social, cuando en realidad fue uno de los protagonistas del más grande escándalo de corrupción en su país y en toda América Latina. Articuló y se financió políticamente gracias a los dineros sucios de las constructoras, además de corromper Petrobras, ganándose una mansión por ser el gestor de esta mafia internacional. Los peruanos debemos tener muy presente que fue Lula el que alentó a Odebrecht para que les diera $3 millones a Ollanta y Nadine. Una fuente bien informada me asegura que fue Javier Diez Canseco el que hizo posible el acercamiento entre los Humala y Lula, para así conseguir los dineros que financiaron su campaña y los chocolates Godiva. Estoy convencido de que la corrupción no distingue derechas e izquierdas, pero es repudiable vestirse de cordero, de falso moralizador, llenarse la boca con que la honestidad hará la diferencia y lavar banderas; poses que distinguen a la izquierda, que suele ponerse por encima del bien y el mal. La izquierda de Lula, Humala y Villarán tuvo un discurso que fue un cuento; utilizaron la política como trampolín para una fortuna que los deja desnudos y en la cárcel. Susana, otra admiradora de Lula, está con un pie en prisión. Con el ejemplo de su maestro se embarró con Odebrecht, pidiendo ella misma a Barata los millones que necesitó para no ser revocada. Como dijo Ravines, la izquierda es una gran estafa.