Y llegó el día. Es la cuarta elección democrática consecutiva desde el fin de la dictadura fujimontesinista. Sin embargo, este proceso electoral resulta, sin duda, el más controvertido de los últimos años. Las tachas, los fallos del JNE y las exclusiones han generado un contexto de incertidumbre que no nos lleva muy contentos a las ánforas. Incluso organismos internacionales como la OEA se han pronunciado al respecto (aunque retractándose y corrigiéndose). Así de trastocada está la coyuntura electoral.

De cualquier modo, los comicios siguen su curso. Es casi seguro que habrá una segunda vuelta, así que hoy no se definirá quién será el nuevo presidente, pero sí se elegirá al siguiente Congreso. Como cada quinquenio, hemos cometido el error de centrar la atención en los aspirantes a Palacio y soslayar a los postulantes al Parlamento, olvidando que el Legislativo es tan relevante como el Ejecutivo.

En medio de este agitado ambiente, debe primar el bienestar general. El Perú necesita llevar a cabo un sinnúmero de cambios y reformas para acortar la brecha económica, educativa, de desigualdad, etc. Además, nos aquejan problemas urgentes que deben ser atendidos por el nuevo gobierno. La inseguridad ciudadana, por ejemplo, es una situación crítica que afecta cada vez a más peruanos, y es imperativo ponerle un freno antes de que la violencia sea incontrolable.

Pero no todo es negativo. Existen gestiones que deben continuar, como los programas de inclusión social y las reformas educativas. En un país pluricultural como el nuestro, es fundamental proseguir con estas medidas. Aunque suene trillado, debemos recordar siempre que el futuro depende, en gran medida, de la educación de los jóvenes.

Ojalá que la iluminación se apodere de todos nosotros al momento de sufragar.

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