Lamento la situación que vivió el reconocido chef peruano Rodrigo Fernandini cuando desarrolló un video preparando una tortuga terrestre amazónica conocida como “motelo”. Los “progres” en redes le cayeron con todo sin perdón, lo atacaron y hasta convencieron a otros peruanos de buena fe que lo hecho por Fernandini era un “pecado”. Como antropólogo y empresario de la selva peruana debo decir que el chef y los miles de peruanos que consumen o han consumido motelo no cometen una atrocidad, sino que participan de algo que conocemos como tradiciones gastronómicas. Varios pueblos indígenas de la selva peruana consumen motelo, majaz, zamaño, venado, lagarto, carachama, churo y otros. Parece que los amigos oenegeros e indignados nunca han pisado el mercado de Belén en Iquitos, el de Manantay en Pucallpa o, peor aún, jamás se quedaron a dormir con los hermanos ashaninka, shipibos o ashuar.

Entiéndanlo: El problema no son las costumbres o tradiciones gastronómicas indígenas, el problema es que el Estado ha invisibilizado la existencia de prácticas gastronómicas diferentes a las “oficiales”. El Estado condena el tráfico de especies, pero no hace nada por enfrentar a las mafias de venta de animales silvestres, los peruanos nos indignamos con un chef o con un indígena peruano, pero no damos solución al problema. Ya es hora de tomar el toro por las astas y plantear una política pública de protección de la fauna silvestre y protección del consumo saludable de carnes amazónicas. Tal como existe en Europa donde se permite la crianza formal y consumo regulado de carne de venado, faisán o jabalí o en EE.UU. donde hay un gran mercado de carne de cocodrilo y jabalí. Debemos permitir que la inversión privada resuelva este problema: garantizando que no se deprede la fauna silvestre y proveyendo carnes alternativas de calidad.

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