Hace 200 años un poeta fue fusilado por ver un Perú libre, y milagrosamente esta vez, no nos hemos olvidado de recordar el hecho.

La historia de un soldado poeta

A Mariano Melgar lo fusilaron en el campo de batalla donde fue derrotado la tarde del día anterior. Estaba herido, y cuando todo estuvo perdido, sus compañeros lo obligaron a huir en un caballo que le alcanzó uno de sus artilleros. Con las manos amarradas a la espalda, el oficial que iba a vendarle los ojos fue rechazado por el guerrero, que prefirió encarar la muerte al descubierto. Cuando las balas rompieron su pecho en medio de la pampa de Umachiri, el arequipeño tenía 24 años.

Una vez fui a Umachiri, hace muchos años. Está en Puno, pegado a Cusco. Es mucha altura y hace un frío que atraviesa la casaca más gruesa. Nada crece y nada florece, apenas un tímido ichu que le quita monotonía a la pampa. Hay un monumento blanco, blanquísimo en la llanura, que señala el lugar donde a Mariano Lorenzo Melgar Valdivieso, seminarista, auditor de guerra, poeta enamorado de su prima, capitán de artillería, traductor de francés, rebelde y triste, un pelotón de ejecución le metió seis tiros por revolucionario y por independentista.

Estábamos mi guía y yo en esa pampa, donde patriotas y realistas libraron la batalla de Umachiri -algunas fuentes la registran como batalla de Macarimayo- hace exactamente 200 años, y nos pusimos a conversar sobre la soledad del héroe. Cómo se habría sentido el muchacho con sus 24 años, parado allí, solo, en su calidad de jefe visible del ejército rebelde abatido, que el día anterior dirigía los fuegos de los cañones patriotas, y que ahora miraba las bocas negras de seis fusiles que le apuntaban de frente. Parado, y solo en medio de la nada.

Pensábamos en qué habrá sido lo último que vio. ¿Estarían todavía regados en el campo los cuerpos de los más de mil muertos de la contienda? ¿Habrá pensado en Silva?, el idealizado nombre de su prima de 13 años a la que le compuso ese yaraví que dice "Sin ver tus ojos, mandas que viva, mi pecho triste. Pero el no verte, y tener vida, es imposible". ¿Habrá pensado en Mateo Pumacahua? el anciano general que lo llevó a la revolución, que peleó con él la tarde anterior y logró escapar del cerco. Melgar moriría sin saber que al brigadier Pumacahua lo apresarían unos días después, y lo condenarían a morir decapitado en la ciudad cusqueña de Sicuani el 17 de marzo, cuando tenía 72 años.

Han pasado 200 años desde esa mañana del 12 de marzo, y me tiene contento que a diferencia de la mayoría de veces en las que acabo renegando en que somos un país de ingratos y de desmemoriados, esta vez si se haya hecho algo al respecto. Arequipa y Puno se unirán en esfuerzos conjuntos para celebrar el bicentenario. Arequipa, la cuna, tiene el distrito de Mariano Melgar mientras que Puno, sede del sacrificio de Umachiri, tiene la provincia de Melgar. No hay rollo político, solo ganas de recordar la historia, y eso es casi tan increíble como que las autoridades se hallan acordado precisamente de la historia, con los pocos votos que deja en las urnas.

Alegra ver que se están tomando las cosas en serio, y con tiempo. En Arequipa hay hasta una comisión encargada de recopilar toda su obra, incluyendo sus fábulas y yaravíes que nunca fueron consolidadas como un todo orgánico. También buscarán identificar los restos del poeta, que se dice fueron repartidos entre el Cementerio de La Apacheta y la Iglesia de Ayaviri. Y, como informó Correo, según las investigaciones de la Beneficencia Pública, los huesos que se depositaron en un mausoleo en el camposanto local, no son los de Melgar. Hay orgullo, y hay ganas de hacer las cosas, de promocionar nuestro pasado y nuestra cultura.

Y hay más. Serpost y el Banco Central de reserva emitirán un sello y una moneda conmemorativa, respectivamente, en honor al bicentenario, y hasta se lanzará una microserie de 19 documentales de entre 3 y 7 minutos sobre su vida, a través de la televisión local de Arequipa. Así da gusto tener una historia para recordar y compartir. Al final, pareciera que Melgar no murió por las puras. La cultura nos hace libres.